Había una vez una niña que vivía en una casa de un pequeño pueblo con sus padres, su hermana y sus dos mascotas, Piga y Jackie, dos perritos muy simpáticos a los que quería con locura, puesto que a la niña le encantaban los animales.

Todos los veranos se iban de vacaciones al pueblo de sus abuelos a pasar unos días a la masía donde ellos vivían acompañados de varios animales.

A la pequeña le encantaba, se pasaba el tiempo con los perros, los gatos, las ocas, los patos, los gallos, las gallinas, etc. Lo más curioso es que también tenían palomas, sí, sí, como lo oís, palomas. Unas palomas preciosas, con un plumaje suave y liso, y unas alas grandes y fuertes, algunas de color blanco, otras de color marrón, incluso algunas con varios colores a la vez. Y es que al abuelo de la niña le encantaba presentarlas en concursos de aves e incluso alguna vez había ganado algún premio.

A la niña le fascinaban porque no eran como las típicas palomas de ciudad, estas eran diferentes, especiales… Todas llevaban su anilla en la patita para poder llevar un control y saber cuáles eran las que pertenecían a sus abuelos.

En la masía, las palomas tenían su propio palomar dónde pasaban las horas todas juntas, con una parte cubierta para cuando llovía y una parte descubierta para los días soleados donde además, podían salir a volar al aire libre y volver al nido cuando les apeteciera.

Cuando llegaba el final de las vacaciones, el último día antes de volver, el abuelo de la niña se iba al palomar, elegía una de sus palomas, la metía dentro de una cajita de cartón y le decía a la niña que se la llevaran a casa y que cuando llegaran la liberaran. Y así hacían, cargaban las maletas al coche, la caja con la paloma y se despedían de los abuelos hasta la próxima visita. Emprendían el camino a casa, y una vez allí, descargaban y se subían todos juntos con la caja a la terraza de arriba de la casa. Contaban hasta tres y liberaban a la paloma, que salía volando sin pensárselo ni un segundo. Todos se quedaban observando cómo daba un par o tres de vueltas en el aire para orientarse y, de repente, se veía como aquella pequeña paloma elegía una dirección y desaparecía en el horizonte.

Más tarde, al cabo de unas horas, mi abuelo nos llamaba para decirnos que la paloma ya había llegado y ya volvía a estar en el palomar con sus otras compañeras de nido, sana y salva. Fue una época muy bonita de mi vida y esa pequeña niña a la que tanto le gustaban los animales se convirtió en lo que soy ahora, una auxiliar veterinaria a la que le encanta su trabajo.

En definitiva, siempre que hablamos de mascotas, tendemos a pensar en perros o gatos. Sin embargo, hay muchos otros animales de compañía que también pueden llegar a ser muy especiales para sus dueños y, para mí, las palomas de mis abuelos lo eran y siempre será una época de mi vida que recordaré con mucho cariño.

Lidia